lunes, 10 de agosto de 2009

El autobús.

El autobús se detuvo al borde de la carretera. Bajaron tres o cuatro pasajeros. Una parejita, ingresó al restaurant haciéndose arrumacos. Y, desde que entraron, sintieron la incómodidad de saberse el blanco de las miradas y los comentarios maliciosos, dichos en voz baja.
Se sentaron y pidieron algo de comer y de beber. Y, cuando terminaron, la dueña del negocio no pudo con su curiosa impertinencia. Lanzó a quemarropa esta pregunta, con fingida inocencia.- ¿Es su hijita..?-

El hombre acusó el golpe. Y, haciendo de tripas corazón, acostumbrado a las impertinencias de la gente que no entendían de las disparidades del amor, no quizó dejar pasar la ocasión de vengarse y contestó, con igúal mala fé.-¡Sí! es mi hija.- Y, dejando un breve paréntesis, como quien no quiere la cosa, añadió.- He abandonado a la puta de su madre y nos estamos fugando-.

Pagó, y con premeditada negligencia, dió media vuelta. Luego, ambos salieron abrazados, en medio del silencio y el estupor de los presentes. Subieron al autobús que los aguardaba y se ubicaron frente a sus respectivos asientos.

Al momento de partir, la niña se puso de pie, frente a la ventanilla, se levantó la blusa y agitó sus tiernas tetitas, en señal de despedida. Se ríeron a carcajadas por un largo trecho, de la expresión de desconcierto y estupor reflejada en el rostro de los dueños del negocio. Quienes, pálidos y mudos de indignación, no atinaban a quitarles la vista de encima, mientras el carro se alejaba.

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